Solo iba por un café.
Entré a un café que me queda de pasada en el Barrio Antiguo, se veía tranquilo. Pedí un cold brew para llevar y mientras esperaba, me senté un minuto en una mesa afuera.
En la de al lado, una chava estaba dibujando en una libreta. Me asomé tantito, por puro chisme, y me cachó.
Me dice:
— “¿Te enseño o te esperas a que lo suba a Instagram?”
Le dije que lo prefería en vivo.
Me mostró su dibujo (un gato, tomando café, con lentes de sol). Le dije que me sentía representado. Se rió. Me ofreció sentarme un rato.
Me terminé quedando más de una hora platicando de cosas random: cafés raros, películas raras, mascotas raras.
Cuando me fui, mi café ya estaba tibio, pero me supo mejor que muchos calientes.