Probé más que cerveza… y todavía me quedó sed

Fui al festival con unas amigas, pero terminé sola dando vueltas por los stands.
El calor estaba denso, y el mezcalito con cerveza que me dieron en uno de los puestos ya me estaba soltando la risa… y las ganas.

En un pasillo me topé con ellos:
Ella, pelirroja, con lentes oscuros y vestido corto.
Él, alto, con camisa abierta y sonrisa de “ya vio todo”.

Nos topamos en la fila de una cervecería artesanal.
Ella me ofreció un trago de su vaso.
Le dije que no me gustaba la IPA.
Me dijo que probara la de su novio.
Lo miré y le pregunté:
— “¿Está buena?”
Y él, sin dejar de mirarme, se rió bajito y dijo:
— “Pruébala tú. A mí ya me hizo efecto.”

Nos fuimos juntos a sentarnos bajo un árbol, lejos del ruido.
Yo estaba entre los dos.
Los tres riéndonos, brindando, viéndonos más de la cuenta.
Las piernas de ella rozando las mías.
La mano de él en su muslo… y luego, un segundo, en el mío.

Hubo una ronda de fotos.
Yo pedí una con ella.
Me acerqué.
Me rozó la espalda al abrazarme.
Le dije al oído:
— “¿También compartes lo que sirves?”
Me sonrió sin responder.

La última cheve nos la tomamos pegados, sudados, y un poquito más prendidos.
Me invitaron a seguirla en Instagram.
Me dijeron que tenían una terraza cerca. No pregunté si la terraza era para más cerveza…
pero ya sabía que lo que me quería tomar esa noche no venía en botella.

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