Me quitó la blusa sin tocarme

No sé si era el calor, las luces, o su forma de mirarme como si ya me hubiera visto antes.
Estábamos en el antro, pero no en la pista: en el pasillo de los baños, donde la música se oye más ahogada y la tensión se oye mejor.

Me preguntó mi nombre.
Le dije uno que no era el mío.
Él también.
Empatamos en anonimato y en intenciones.

Me dijo que le gustaba cómo se me veía la blusa.
Le dije que era nueva.
Y ahí nomás me dijo:
— “Quítatela.”

No lo dijo en tono de orden.
Lo dijo como si fuera una idea que ya estaba en mi cabeza antes que en la suya.

Me reí.
Lo medí con los ojos.
Nos metimos al baño sin más excusa que el silencio.

No me tocó al principio.
Se recargó en la puerta y me miró.
Y sí, me la quité. Lenta. No por él. Por mí.

Me besó como si ya lleváramos media hora a punto.
Nos reímos en medio del beso.
Y luego ya no hablamos.

Cuando salimos, me puse la blusa otra vez.
No me cerró igual.

Y tampoco volví a ver al tipo que no se llamaba Luis.

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