Estaba en un bar, medio lleno, buena música. Me acerqué a la barra y alguien me empujó tantito al pasar.
El codo se me fue directo al vaso de una chava que acababa de llegar.
Crash. Hielo y trago en la barra.
Me quedé congelado un segundo. Ella me miró con esa cara de “neta, wey”.
Le dije: “te juro que fue otro el que empujó, pero sí fue mi codo. Te debo uno.”
Me dijo: “sí, pero con mezcal esta vez.”
Lo pedí. Se lo di. Me agradeció y se quedó ahí conmigo.
Me preguntó cómo se llamaba el vato que me empujó. Le dije que no lo conocía, pero que podíamos inventarle un nombre.
Lo bautizamos como Kevin.
Brindamos por Kevin y su mala coordinación.
No sé si ligué, pero me reí bastante. Y aprendí que un codo puede ser el mejor rompehielos.