No me quitó nada, pero me sacó todo

Fuimos a una fiesta en casa de uno de sus amigos.
Yo iba con vestido. Lento, ajustado, sin brasier.
Él traía esa camisa negra que siempre le abre un poco más del cuello cuando ya se calentó el ambiente.

Tomamos dos mezcales.
Bailamos dos canciones.
Nos besamos en una esquina donde nadie miraba…
o donde no nos importó que miraran.

Me llevó a una recámara al fondo. No era suya.
Se sentó en la orilla de la cama.
Me jaló hacia él, por la cintura, sin quitarme nada.

Me sentó sobre su pierna.
Y empezó a moverla.
Lento.

Yo tenía la ropa puesta.
Pero él sabía dónde presionar.
Cómo empujar.
Cuándo tensar el muslo.
Y cómo agarrarme del cuello sin decir una palabra.

Me mordía el labio para no hacer ruido.
Pero él me miraba como si lo hiciera a propósito.
Como si me viera venir.

Y sí. Me vine.
Encima de su pierna.
Con el vestido arrugado y la cara caliente.
Y sin que nadie en la sala supiera lo que acababa de pasar al fondo.

Cuando regresamos, me ofreció más mezcal.
Yo solo asentí.
Pero con las piernas medio flojas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Quieres un poco más de esto?

A ver si una de estas te suena…

Aquí tenemos historias para todos los gustos